Pentecostés viene del griego πεντηκοστή, pentēkostḗ, literalmente «quincuagésima». Son los 50 días a contar de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En ese día vino el Espíritu Santo, que Jesucristo había prometido. Su llegada está detallada en el capítulo 2 de los hechos de los apóstoles:
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo
San Lucas, Hechos de los apóstoles, II, 1 – 5.
Es el primer día de grandes conversiones. Luego ha pasado mucho tiempo, muchos siglos, y son muchos los Santos a los que se ha acercado personalmente el Espíritu Santo. O sea: a todos. Porque el Espíritu Santo inhabita dentro del alma de todos los que están en gracia de Dios: ¿no sabéis que sois templo del Espíritu Santo?
Jesucristo en persona, también después de su ascensión, se ha acercado, pues no está muerto sino vivo, y es omnipotente, a algunas almas que Él ama especialmente. Una de ellas fue Santa Faustina Kowalska. Y le dijo: hay un lugar en el purgatorio donde las almas satisfacen a Dios por este tipo de culpas. ¿Qué tipo de culpas? Por no haber atendido a las llamadas interiores del Espíritu Santo, que las convoca especialmente a la santidad:
Hay que rezar por todas las almas del purgatorio. Y si usted siente la llamada interior a más padecimientos, a más trabajos, a obras que no puede alcanzar con sus fuerzas, acuérdese de que es el Espíritu Santo el que se lo pide y no lo deje para mañana. La pereza es el pecado más frecuente en el infierno. Hay una responssabilidad por no hacer caso del Espíritu Santo. Pero anímese: hay mucho más precio que responsabilidad. Son nuestros enemigos los que nos hacen grandes. ¿Qué sería de nosotros sin la dificultad, sin la Cruz? Ofrezca también hoy una indulgencia plenaria por un alma del purgatorio. Y llame a otros para que también lo hagan.