Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
Evangelio según San Juan 11,19-27.
¿Qué más lógico que visitar a quien llora porque ha muerto su hermano? ¿Qué más humano? Y sobre todo ¿qué más sobrenatural? ¿No es la caridad ‑el amor infuso‑ la que nos impulsa a amar, especialmente a los más próximos? Nada más lógico que el dolor de Marta ‑cuya festividad celebramos hoy (29 de julio)‑ y de María. Puede ser que muchos acudieran a visitarlas por complacencia, por cumplir. Pero también éstos acudieron con elegancia, aunque fuese con dolor impostado. Y se encontraron con Jesucristo.
No procede comentar ahora la diferente actitud de Marta y de María. Una se queda en casa y la otra sale corriendo a visitar a Jesucristo. A recibirle. Lo que procede comentar son las palabras de Marta: “si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Late en el fondo de estas palabras una experiencia personal. Marta y ha seguido a Jesucristo durante mucho tiempo por toda Judea, Samaría y Galilea, escuchando sus palabras y sobre todo viendo sus milagros. A nadie le extraña por tanto que Marta echase de menos la presencia de nuestro señor Jesucristo en Betania antes la muerte de Lázaro, porque quien ha visto curar a cojos, sanar a ciegos, dejar tersa la piel de los leprosos y en general atender cualquier necesidad sólo con su voluntad y su palabra, es lógico que pensase, en el momento del dolor, que si Jesucristo hubiese estado allí, también habría hecho algún milagro para que Lázaro no muriese. Esa es la actitud de Marta.
Puede que además también ella hubiera conocido que nuestro señor Jesucristo ya había resucitado muertos, como sucedió con el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo. Y por eso insinúa, no dice, que el Señor también estaba en condiciones de resucitar a Lázaro: “yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. De hecho lo que aquí pasa es que, sin pedirlo, le está pidiendo que lo resucite. O por lo menos manifestando un deseo íntimo de que así fuera.
Resultó providencial esta actitud para generar la respuesta de Jesús («Tu hermano resucitará»), y para que Marta respondiese: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Porque todo esto es un diálogo desconcertante. Cuando Jesucristo dice que Él es la resurrección y la Vida, está añadiendo una verdad nueva a la revelación que trae consigo y por eso termina su frase diciendo “¿Crees esto?».
Eso que hay que creer es que la resurrección y la Vida traen causa de la propia Persona segunda de la Santísima Trinidad: «YO soy la Resurrección y la Vida”.
La incorporación a Jesucristo por medio del bautismo y de la Iglesia es estrictamente personal y tiene efectos prácticos insondables porque “el que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás”.
Esto es lo que sucede con las almas del purgatorio. Todos hemos de morir y todos los que están en el purgatorio ya han muerto. Pero aunque hayan muerto, vivirán. Pues hay otra vida. La verdadera vida. Como dice San Pablo: si nuestra esperanza en Cristo es sólo para esta vida, somos los más miserables de todos los hombres (I Corintios, 15:19).
Para entrar en plenitud en la Vida y compartir la vida de Cristo, es necesario salir del purgatorio. Porque la participación en la vida de Cristo en términos de vida eterna se produce sólo con el ingreso en el cielo, debido a que en el purgatorio la situación de las almas es, como su propio nombre indica, purgante. Y al no haber plenitud de vida, no hay verdadera Vida.
Usted tiene la obligación moral, fundada en la caridad, que le ha sido infundida por Dios mismo sin ningún mérito de usted, de interceder por las almas del purgatorio. Y por eso es importante que, en el día de Santa Marta, y en cualquier otro día, inicie, y en su caso renueve, su empeño personal por ofrecer cada día una indulgencia plenaria por algún alma del purgatorio.
Como hemos dicho en otros posts, el principal beneficiado por esta práctica de caridad es usted, porque en el ejercicio de esta obligación de caridad, que está catalogada como la décimo cuarta obra de misericordia, cumple usted su deber y pasa a contarse entre los benditos de Dios, es decir, entre aquellos que supieron ver a Jesucristo en las almas necesitadas, y cumplieron el deber que él ha impuesto: “venid a Mí benditos de mi Padre, porque tuve hambre, y me disteis de comer. Tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis” (Mateo XXV, 21 – 46).
Esa desnudez, esa sed de Dios, y esa necesidad del alimento sobrenatural, se implementa para siempre sobre cada alma del purgatorio cuando ofrecemos por ella la indulgencia plenaria. Podemos ganar y ofrecer una cada día.
Es una perfectísima forma de caridad, de tan alto rango como el que dedica su vida a curar enfermos o ayudar a los pobres. Y mucho más fácil de practicar, porque puede insertarse fácilmente en nuestros deberes ordinarios de cada día.
Siga usted las instrucciones que tenemos en otras páginas de esta misma Web, y comience el camino para vivir por los demás, no solo por los que puede ver, porque están vivos, sino también por los que no ve, porque han fallecido. Pero siguen ahí, necesitando de las oraciones de usted, para beneficio de ellos y de usted mismo, y siempre para la mayor gloria de nuestro señor Jesucristo, que sea bendito por los siglos de los siglos. Amen.