Cuando usted saca almas del purgatorio, obtiene beneficios. No económicos, claro.
En primer lugar, realiza usted una potentísima obra de caridad. No cabe mayor beneficio espiritual para otro que sacarle del purgatorio.
En segundo lugar, un acto de fe. ¿Puede usted ver a las almas del purgatorio? Si la respuesta es «sí», lo lamento por usted. Porque escribo esto el 3 de julio de 2020, festividad de santo Tomás apóstol, y nuestro Señor Jesucristo le dijo: «bienaventurados los que sin haber visto han creído» (Jn. XX, 20).
En tercer lugar, pone usted por obra su esperanza, dado que tiene usted certeza de que no tenemos aquí ciudad permanente (Heb. XIII, 14). Si sólo en esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más tontos de todos los hombres (I Cor. XV, 19).
En cuarto lugar, como inversión no es mala. Tiene usted en el Cielo intercediendo por usted a todas las almas por las que ha ofrecido indulgencia plenaria. Acumula usted para el Cielo abundantes ahorros, con total seguridad de cobrar algún día el beneficio espiritual, porque es allí donde ni la polilla ni el orín corroen lo depositado (Mt. VI, 19-21).
En quinto lugar, porque en esta cofradía los primeros por los que se ofrece la oración de los demás cofrades es por los propios miembros de la cofradía fallecidos y sus familiares directos.
Pero sobre todo Dios premia y hace crecer la caridad en usted. Cuando usted reza por otros, el principal beneficiado no es el otro. ES USTED. Comprobará cómo, poco a poco, a base de ofrecer cada día una indulgencia plenaria por un alma del purgatorio, Dios hará crecer en usted la caridad. El premio es bestial: «El Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver». Los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’. Y el Rey les responderá: ‘»es aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’.» (Mt. XXV, 34-40). Esos pequeños e indefensos son también las almas del purgatorio.