Es un error considerar que el aborto es una plaga sólo de nuestros días.
El aborto, como forma de asesinato, ha estado siempre ahí. Stefan Zweig, en sus Memorias, hacía notar que la prostitución y el aborto eran pecados endémicos en la sociedad europea del siglo XIX y XX.
Es una realidad que recoge Santa Faustina Kowalska en su Diario, la cual vivió en ese mismo tiempo:
16 IX [1937]. Hoy deseaba ardientemente hacer la Hora Santa delante del Santísimo Sacramento, sin embargo la voluntad de Dios fue otra: a las ocho experimenté unos dolores tan violentos que tuve que acostarme en seguida; he estado contorsionándome por estos dolores durante tres horas, es decir hasta las once de la noche. Ninguna medicina me alivió, lo que tomaba lo vomitaba; hubo momentos en que los dolores me dejaban sin conocimiento. Jesús me hizo saber que de esta manera he tomado parte en su agonía en el Huerto y que Él mismo había permitido estos sufrimientos en reparación a Dios por las almas asesinadas en el seno de las malas madres. Estos dolores me han sucedido ya tres veces, empiezan siempre a las ocho; [duran] hasta las once de la noche. Ninguna medicina logra atenuar estos sufrimientos. Cuando se acercan las once desaparecen solos y entonces me duermo; al día siguiente me siento muy débil. La primera vez eso me ocurrió en el sanatorio. Los médicos no lograron diagnosticarlo; ni la inyección, ni ninguna otra medicina me pudieron aliviar (32) y yo misma no entendía qué clase de sufrimientos eran. Le dije al medico que jamás en mi vida había tenido semejantes dolores; él declaró que no sabía qué dolores eran. Ahora sí, entiendo de qué dolores se trata, porque el Señor me lo hizo saber… Sin embargo, al pensar que quizá un día vuelva a sufrir así, me dan escalofríos; pero no sé si en el futuro sufriré otra vez de modo similar, lo dejo a Dios; lo que a Dios le agrade enviarme, lo recibiré todo con sumisión y amor. Ojalá pueda con estos sufrimientos salvar del homicidio al menos un alma.
Santa Faustina Kowalska, Diario, n. 1276. Obténgalo GRATIS en PDF haciendo click aquí.
Este texto da mucho que pensar. La lucha espiritual contra el pecado es esencialmente la lucha de Cristo: participar en su Pasión. Es así como se pelea.
No consiste sólo el activismo social, ni en el griterío, ni en las manifestaciones, porque se hace mucho más, se consigue el verdadero fruto, con el mecanismo de siempre, el más fácil y el que hace que todo funcione: unirse a los méritos de Cristo.
Claro que esto es duro. Muy duro. Es mucho más duro participar en el dolor de la Pasión que inmiscuirse en una manifestación. Todo hace falta, pero las manifestaciones no serían necesarias si la oración, siempre activa, cambiara, sin necesidad de griterío, los corazones de los hombres.
Son los Santos, o más bien es Cristo, el único Santo, de cuya santidad participamos, el que puede acabar con el pecado con el que es ofendido. Y quiere hacerlo sólo de una manera: mediante el dolor. Su dolor, que nosotros tenemos que hacer nuestro.
Dar la vida por los demás, ya estén en el purgatorio, ya estén aún en el seno de su madre, no es muy complicado. Consiste en unirse a los méritos de Cristo y padecer por Él. Nos recuerda el Espíritu Santo por medio de San Pablo que nos ha sido dado, no sólo creer en Cristo, sino también padecer por Él (Filipenses, I, 29).
Ese padecimiento es redentor, porque es de Cristo, que no tenía que padecer, pues no tenía, ni podía tener, pecado alguno, porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Pero sí podía padecer por los pecados de otro.
Empeñémonos en pedir a ese mismo Cristo que usemos intensamente del don de padecer por Él, y así disminuyamos el número y la crueldad de los abortos, y el número de las almas que están en el Purgatorio. No se olvide de sacar de allí una cada día ofreciendo por ella una indulgencia plenaria.