Enseña nuestra fa católica que Jesucristo, al morir, descendió a los infiernos. Así lo profesamos en el Credo llamado de los Apóstoles o breve:
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
Credo de los Apóstoles
En el mismo sentido, como no podía ser de otra manera, se pronuncia el Catecismo:
ARTÍCULO 5
«JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS»631 «Jesús bajó a las regiones inferiores de la tierra. Este que bajó es el mismo que subió» (Ef 4, 9-10). El Símbolo de los Apóstoles confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los infiernos y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es en su Pascua donde, desde el fondo de la muerte, Él hace brotar la vida:
Christus, Filius tuus,
qui, regressus ab inferis,
humano generi serenus illuxit,
et vivit et regnat in saecula saeculorum. Amen.(Es Cristo, tu Hijo resucitado,
(Vigilia Pascual, Pregón pascual [«Exultet»]: Misal Romano)
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén).Párrafo 1
CRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús «resucitó de entre los muertos» (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1 P 3,18-19).
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el «seno de Abraham» (cf. Lc 16, 22-26). «Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos» (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53).
634 «Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva …» (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención.
635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para «que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan» (Jn 5, 25). Jesús, «el Príncipe de la vida» (Hch 3, 15) aniquiló «mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud «(Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado «tiene las llaves de la muerte y del Infierno» (Ap 1, 18) y «al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos» (Flp 2, 10).
Catecismo de la Iglesia Católica. Haga click aquí.«Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo […] Va a buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es la mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva […] Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu Hijo. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos»
(Antigua homilía sobre el grande y santo Sábado: PG 43, 440. 452. 461).
Y en el resumen, el mismo Catecismo dice:
637 Cristo muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido.
Catecismo de la Iglesia Católica. Haga click aquí.
Hasta aquí la revelación pública y la doctrina católica. Si atendemos además a la revelación privada, que no hay por qué creer, pero que no deja de ser revelación, aunque sea privada, tenemos a la beata Anna Katherina Emmerich, cuyo texto es el siguiente:
He visto al Señor en diferentes puntos, sobre todo en el mar: parecía que santificaba y libertaba toda la creación; por todas partes los malos espíritus huían delante de Él y se precipitaban en el abismo. Vi también su alma en diferentes sitios de la tierra. La vi aparecer en el interior del sepulcro de Adán debajo del Gólgota; las almas de Adán y de Eva vinieron con él, y les habló. Lo vi visitar con ellas los sepulcros de muchos Profetas, cuyas almas vinieron a unirse con él sobre sus huesos. Después con esas almas, entre las cuales estaba David, lo vi aparecerse en muchos sitios marcados con alguna circunstancia de su vida, explicándoles con un amor inefable las figuras de la Ley antigua y su cumplimiento.
Esto es lo poco que puedo acordarme de mis visiones sobre la bajada de Jesús a los infiernos y la libertad de las almas de los justos. Pero además de este acontecimiento cumplido en el tiempo, vi una figura eterna de la misericordia que ejerce hoy con las pobres almas. Cada aniversario de este día echa una mirada libertadora en el purgatorio: hoy mismo, en el momento en que he tenido esta visión, ha sacado del purgatorio las almas de algunas personas que habían pecado cuando su crucifixión. Hoy he visto la libertad de muchas almas conocidas y no conocidas, mas no las nombraré.
El descendimiento de Jesús a los infiernos es la plantación de un árbol de gracia destinado a comunicar sus méritos á las almas que padecen. La redención continua de esas almas, es el fruto que da este árbol en el jardín espiritual de la Iglesia. La Iglesia militante debe cuidar ese árbol y recoger sus frutos para comunicarlos a la Iglesia paciente, que no puede hacer nada para sí misma. Lo mismo sucede con todos los méritos de Cristo; para participar de ellos hay que trabajar para Él. Debemos comer nuestro pan con el sudor de nuestra frente. Todo lo que Jesús ha hecho por nosotros en el tiempo, da frutos eternos; pero hay que cultivarlos y recogerlos en el tiempo; si no, no podríamos gozar de ellos en la eternidad. La Iglesia es un padre de familia; su año es el jardín completo de todos los frutos eternos en el tiempo. Hay en un año bastante de todo para todos. ¡Desgraciados los jardineros perezosos e infieles si dejan perder una gracia que hubiera podido curar un enfermo, fortificar un débil, satisfacer a un hambriento! Darán cuenta de la más insignificante yerbecita el día del juicio.
Anna Katherina Emmerich, «La amarga Pasión de Nuestro Señor Jesucristo», GEOAKE, Madrid, 1980. Es edición facsímil de la publicada por Garnier Hermanos en 1882, traducida de la edición francesa. ISBN 84-371-1345-8.
Hoy. Sábado Santo, se puede lucrar indulgencia plenaria. Igual que se pudo ayer, Viernes Santo adorando la Cruz en los Oficios, y anteayer, Jueves Santo, cantando el Tantum ergo al final de los Oficios, como puede usted comprobar haciendo click aquí.
A nosotros, por su gloriosa resurrección, por medio del bautismo, nos ha sido dado, no sólo creen en Cristo, sino también padecer por Él (Filipenses, I, 29). Les recordamos que, por lo mismo, nos ha sido dado, con causa en los sufrimientos de Cristo, que administra la Iglesia, la capacidad de lucrar una indulgencia plenaria cada día, que podemos ofrecer en favor de almas del purgatorio, acogiéndonos a los méritos de Cristo y a la disciplina de la Iglesia, y por tanto cumpliendo las condiciones habituales (aversión al pecado incluso venial, rezar por el Romano Pontífice, comunión en el día, confesión en la semana antes o después), y con prácticas de piedad cotidianas muy sencillas:
- Rezando el Rosario en familia, en comunidad, dos o más personas, o usted solo en una iglesia, u oratorio (conc. 17 § 1).
- Haciendo Vía Crucis en una iglesia (conc. 13, 2°)
- Adorando a la Eucaristía por media hora (conc. 7 § 1, 1°)
- Leyendo o escuchando como lectura espiritual la Sagrada Escritura por media hora (conc. 30). Vale también el Podcast o análogo.
- Peregrinando a cualquiera de las basílicas patriarcales de Roma (conc. 33 § 1, 1°). Son las siguientes: San Pedro del Vaticano, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros, y Santa María la Mayor.
- Rezando el himno Akathistos o el himno Paraclisis (conc. 23 § 1) en cualquier iglesia.
Pueden verlo todo con detalle haciendo click aquí o haciendo click aquí.